Esa belleza. John Berger y Marc Trivier.

El parecido entre Annette y Katrin es sorprendente. La cabeza erguida, la hendidura en el cuello al unirse con el tronco, la curvatura del mentón, la electricidad que circula entre rostro y cuerpo... todo eso es idéntico. Pero su parecido tiene que ver con algo más profundo. En la estatua de bronce y en esta foto en blanco y negro ambas lo han dejado todo atrás; se presentan siendo ellas mismas, sin más. Esa irreducibilidad es lo que tienen en común.

Lo irreducibre era la obsesión de Giacimetti. Sus figuras están allí con lo que queda cuando el aire, la luz y la costumbre se han dispensado con todo lo demás. ¿Son como esqueletos? todo lo contrario. Les concierne lo que la anatomía no puede categorizar o identificar. Muestran cómo hay, en las profundidades de un cuerpo, una interfaz, una membrana entre la física y la metafísica.

En la historia del arte, la mayoría de los retratos aluden primero al género, clase y medio al que pertenecen sus modelos, y luego a lo que tiene de singular y único la persona concreta que está posando. En el retrato que le hizo Goya, Doña Cobos de Porcel es primero una mujer, una aristócrata, una desesperada de la primera guerra civil española, y sólo después es Isabel con su fatal destino, con una atracción especial hacia lo que pueda dañarla (sus ojos, como advierte Katya, por Giacometti parece ofrecer un yo irreducible que sólo a continuación se resueve como hombre o mujer, viejo o joven, filósofo o puta de un ganster. Cada uno de sus retratos es como un nombre de pila grabado en bronce.

Annette.




... Un día, alguien le preguntó a Alberto: Cuando tus esculturas tengan finalmente que abandonar el estudio, ¿dónde irán? ¿a un museo? Y él respondió: No, que las entierren, así podrán hacer de puente entre lo que está vivo y la muerte.